#Botxotik10 Guillermo Gómez

Primer encuentro


El coche patrulla aún inundaba con sus luces azules la lúgubre esquina en la que habían descubierto el cadáver. Había dado la voz de alarma un camarero, cuando sacaba la basura, después de cerrar el bar de noche en que trabajaba.
―Siempre me encuentro a algún borracho o alguna prostituta con un cliente ―le comentaba al suboficial Murua, mientras este simulaba escuchar atentamente.
Pero el suboficial era incapaz de concentrarse, ni en el testimonio del testigo ni en la escena del crimen. La sirena del coche patrulla maullaba como un gato endemoniado.
―Yo suelo pasar rápido, sin hacer caso ―continuó el camarero―. Ya sabe, cada loco con su tema. Pero esta vez me he parado al verlo tumbado boca abajo. En cuanto me he acercado y he visto a una rata sobre su espalda…
―… nos ha llamado ―le cortó Murua.
El hombre asintió molesto.
―Disculpe ―añadió el suboficial―. ¿Alguien puede apagar esa condenada sirena?
Y se alejó del hombre, dejándole con la palabra en la boca, en dirección al coche patrulla que bloqueaba la salida del callejón. En ese mismo instante, la cabeza de un agente muy joven asomó detrás del coche. A Murua le parecieron ridículamente contradictorios su expresión de asombro, su gesto nervioso ante el requerimiento de un superior, su mirada ―por contra― segura y desafiante. Apagó de inmediato la sirena, mientras trataba de ocultar, sin demasiado éxito, un cucurucho de papel del que escapaban unos cacahuetes.
―Gracias ―suspiró aliviado Murua―. ¿Eres?
―Agente Cortázar.
No lo conocía. Tampoco hacía falta ser un lumbreras para identificar a un recién salido de la academia.
―¿Podría acercarme a ver el cadáver? ―preguntó de repente el agente.
Murua identificó de nuevo ese desconcertante gesto inseguro del novato, esa expresión borrosa que se diluye en la mirada insondable de quien sabe que el futuro le depara muchas noches analizando escenas del crimen y, sin embargo, parece no inquietarse.
―No quieras correr tanto. De momento, tómale los datos al testigo, interrógale y apunta todo lo que consideres relevante.
El rostro del agente Cortázar se iluminó de golpe. Cualquiera de sus superiores le hubiera reprendido por asignar a un novato tareas que no le correspondían. Pero le daba igual. Aquel agente le había devuelto, por un instante, a su juventud, cuando el horizonte no estaba aún sembrado de cadáveres.
El agente Cortázar se dirigió a su cometido sin tiempo siquiera de despedirse. A su espalda, Murua se quedó observando el cucurucho repleto de cacahuetes que reposaba en el asiento del coche patrulla. Un cucurucho de papel, con párrafos y diálogos y bordes irregulares que claramente indicaban que había sido arrancado de un libro. Lo cogió entre sus manos. Parecía una novela.
―Cortázar ―lo llamó.
El agente se giró sobresaltado.
―¿Y esto? ―preguntó Murua señalando el cucurucho de papel.
Cortázar mostró su gesto más risueño.
―Es que le sobraban demasiadas páginas al libro.

Y siguió su camino en dirección al testigo. Murua asintió. Nunca lo había pensado, pero era cierto. A la mayoría de libros les sobraban demasiadas páginas. Y observó de nuevo, con renovada curiosidad, a aquel joven y enigmático agente. Cómo imaginar los innumerables cadáveres que compartirían, en callejones malolientes; los infinitos cucuruchos de frutos secos, formados con las páginas sobrantes de novelas rollizas.


Comentarios

  1. Me tienes con los dientes largos, Guillermo, con tantas pinceladas a cuentagotas del suboficial Murua. Como tarde mucho en aparecer, va a volver a ascender en la Ertzaintza (o se va a jubilar, jeje).

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    1. A este paso, termina de comisario. El curso que viene promete ser el momento perfecto para darle el empujón que le falta a la novela.

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