Algo pasa en Twitter (o los Señores del Aire siguen a lo suyo)

 Parece un terremoto en el mundo tuitero, como deshojar la margarita: "se cierra, no se cierra" o "caerá, no caerá". Me surgen distintas reflexiones (que sé tendrán un recorrido externo corto) y es el tema de actualidad (al menos en el entorno tuitero, que tampoco es el obligo del mundo). En todo caso, una muestra más de mundo líquido y de quién manda de verdad al final.

La primera. Me costó entrar y entender el mundo Twitter. En su momento, comenté casi de pasada que tenía una cuenta, después  de haber escrito en julio de 2009 si "to tuit or not to tuit, that is the question". Ideas y entradas que tienen su etiqueta en el blog.

No se sabe qué pasará. Y es que cuando te has habituado a usar algo, llegan los Señores del Aire (que no son ninguna ONG, por supuesto, que bien deberíamos saber que nadie regala duros a cuatro pesetas) y deciden cambiarte las normas. Se plantean cambiarse: ¿a dónde? ¿a Mastodon? [Abro corchete. Fui a abrir cuenta y resulta que ya tenía una desde 2018; allí puedo decir que soy participante entre pasivo y ausente. Cierro corchete]. ¿A WhatsApp, Telegram, Facebook de nuevo...? ¿Todo se limita a cambiar de Señor (o Señora) a quien servimos?

Porque, insistiré una vez más, lo importante no es la herramienta, sino la cultura (de participar, de compartir, de aprender, de dialogar...). Nuestra red personal. Pero si nos cierran el bar de la esquina, a saber si nos encontraremos en el nuevo, en la calle, en otra plaza de la aldea digital... Un mínimo de herramienta, sí que necesitamos.

Entre tanto, tendré que retocar un poco la presentación para el I Congreso Internacional de Redes Sociales y Formación del Profesorado, que me toca la comunicación este miércoles. Claro que ya cito, como si fuera un poco visionario, un interesante tuit de Toni Solano de 2018

Ah, y si después de años de pedir a Twitter que revise su clasificación y deje de considerar a Botxotik ziberespaziora como peligroso no ha hecho ni caso, menos lo hará ahora con el jaleo que tiene el nuevo dueño con las personas que trabajan (o han dejado de hacerlo) ahí.


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