Lecturas en verano (II): Galicia
En la segunda etapa, el escenario de las novelas ha sido Galicia, casualmente punto de destino este verano.
Muerte sin resurrección me llegó por regalo del autor, Roberto Martínez Guzmán, tras un concurso. Lo he acabado leyendo en dos tacadas, dado que los primeros capítulos los había ido leyendo en el blog, y me había ido enganchando. Incluso le comenté que el comienzo me recordaba al de Nadie es inocente, de José Javier Abásolo, con la joven que se acerca a un confesionario. Es posible que no resulte una trama demasiado verosímil en una capital de provincias pequeña (bueno, no la voy a destripar, para no que no pierdas el interés por leerla), que el final resulte rápido (algo que siento a menudo en novelas negras) que haya bastante sangre e incluso que la idea diera para un mayor desarrollo (en ocasiones ese estar ante un narrador omnisciente...), pero engancha y se lee rápido. Si quieres ver críticas, en goodreads.com hay un montón; Roberto incluso organizó por diciembre una lectura conjunta.
Las otras dos novelas han sido escritas por Domingo Villar: La playa de los ahogados (2009) y Ojos de agua (2006). Ambas se desarrollan en el entorno de Vigo. Debo reconocer que las leí en el orden equivocado, y que la segunda de las escritas tiene una trama y un desarrollo más maduros que la primera, donde la novela transcurre, a mi entender, demasiado rápido (otra vez esa sensación) y con una sucesión de casualidades no todas muy creíbles (tampoco las destripo). En otras palabras, es mucho más redonda la segunda, de modo que espero a la anunciada tercera para ver si el nivel sigue creciendo y el personaje perfilándose más aún. En ambas aparecen aspectos de la vida del autor: el vino, la radio...
Curiosamente, el bar donde el protagonista, el inspector Leo Caldas, suele parar a comer y tomarse sus blancos, el Bar Eligio, existe en Vigo. Lo encontré... aunque cerrado por vacaciones. Eso sí, me dijo el propietario que es lo único real de las novelas, junto al propio escenario de la ciudad, y me indicó dónde solía sentarse el escritor. Por cierto, me dio la impresión de que los amigos que estaban en el bar, a puerta cerrada, tenían un aire a los catedráticos que cuenta Villar en sus novelas.
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