Javier Bergia, Sobre tu tumba florida
Vuelve Javier Bergia a este txoko, con una canción que ya tiene sus años, puesto que salió en el disco Noche infinita, de 1997, y que el otro día conocí en su muro de Facebook (sí, también vale para estas cosas FB). Esto nos cuenta Javier de este tema:
Fueron alegres
los días de verano,
vinieron empujando
los breves del otoño,
un poco de septiembre
sereno y elegante,
avisa de un invierno
largo y tenebroso.
Sobre la hierba fría
las hojas tiesas,
un día casi hermoso
de sol radiante.
Si fuera por la niebla
caería el rostro sutil
de una breve mañana
dispuesta al atardecer.
Y pienso en un instante,
recuerdo con prudencia,
los días de una infancia
disuelta por Madrid.
Por calles empedradas,
las cosas de color gris
y un mundo indiferente,
de frente y de perfil.
A nadie las horas
de mi móvil soledad
decidida, sin destino
que entregué a la vida,
hermosa como el viento
que revuelve la maleza,
de los bosques de un cerebro
que envejece y se trastorna.
A nadie los días
de mi osada juventud,
clavados como espinas
curiosas de pasión,
cristales de colores,
tinieblas por la noche,
cortadas ya las flores
marchitas del edén.
Adiós, quebrado soneto,
guardián de la casa herida,
hormigas de cementerio
sobre tu tumba florida. (bis)
Esta canción está inspirada a partir de la muerte de mi padre, algo que cuando uno es joven piensa que está muy lejos, pero un día llega y es como una puerta, al otro lado la vida sigue, implacable, a partir de esa realidad, de vez en cuando miro hacia atrás con y sin nostalgia a modo de ejercicio de memoria, de aquí hasta donde la vida nos lleve.
Fueron alegres
los días de verano,
vinieron empujando
los breves del otoño,
un poco de septiembre
sereno y elegante,
avisa de un invierno
largo y tenebroso.
Sobre la hierba fría
las hojas tiesas,
un día casi hermoso
de sol radiante.
Si fuera por la niebla
caería el rostro sutil
de una breve mañana
dispuesta al atardecer.
Y pienso en un instante,
recuerdo con prudencia,
los días de una infancia
disuelta por Madrid.
Por calles empedradas,
las cosas de color gris
y un mundo indiferente,
de frente y de perfil.
A nadie las horas
de mi móvil soledad
decidida, sin destino
que entregué a la vida,
hermosa como el viento
que revuelve la maleza,
de los bosques de un cerebro
que envejece y se trastorna.
A nadie los días
de mi osada juventud,
clavados como espinas
curiosas de pasión,
cristales de colores,
tinieblas por la noche,
cortadas ya las flores
marchitas del edén.
Adiós, quebrado soneto,
guardián de la casa herida,
hormigas de cementerio
sobre tu tumba florida. (bis)
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