¿Tambores de guerra?

 Soy de una generación que tuvo que hacer la mili. Por distintas razones, que no convicciones, opté por ello en vez de buscar otras salidas que existían a finales de los 90. Dentro de lo que cabe, fue relativamente cómoda (la hice en Bilbao, por estar casado y tener próxima la paternidad, y lo pude compatibilizar en la mayor parte del tiempo con el trabajo; la edad también influyó) e incluso alguna de las tareas que hice me dieron algo de satisfacción (expedir justificantes para acceder a ayudas a personas encarceladas tras la Guerra Civil, por ejemplo).

Más allá de las anécdotas que, indefectiblemente según el contexto, salen y también suelo contar en ocasiones, ahora que oigo globo sondas que puede volver el servicio militar obligatorio en algunos lugares (y puede valer aquí aquello de las barbas del vecino; noticia en EITB), recuerdo que en las clases teóricas que recibimos en el período de instrucción hablaban de "el enemigo" y nosotros solíamos pensar que a ver quién era ese enemigo (casi, como en una conversación de Gila), porque sentíamos que en ese momento era quien nos obligaba a estar en un lugar y unas condiciones no deseadas.

Servicio militar San Fernando 1978
Anual, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons

Pello Salabururen txioak eragin dit hausnarketa txikia.

Izan ere, eta zenbait arrazoi pertsonalengatik, soldaduska egin nuen joan den mendean (ikasketengatiko luzapenen ondoren, ezkondu eta gero eta aita izatear nengoela, ez gazte-gaztetan). Neurri batean, eroso samar ibili nintzela onartu arren, eman zizkiguten eskoletan (bai, halakoak ere izan genituen hasierako garaian) "arerioa" aipatzen ziguten. Eta guk ea arerio hori nor izan zitekeen galdetzen genion geure buruari, ea han egotera behartzen gintuena izango ote zen.

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