Hoy postea Jon Zabala
1977-2012
Aunque te había prometido hacer una crónica del viaje a la final de Bucarest, la conclusión, bastante triste por cierto, de nuestra aventura multifinal me ha hecho cambiar el rumbo de lo que me apetece escribir.
Resulta que en el viaje a Bucarest nos acompañó a los tres habituales miembros futboleros de la cuadrilla la hija de uno de mis amigos, de nombre June y que casualmente tiene ahora mismo 11 años; la misma edad a la que yo viví la doble final del 77, la temporada aquella con la que tanto se ha comparado a esta que se nos acaba de terminar.
Esta coincidencia en edad me llevó a pensar en lo que yo viví aquel ya lejano 1977 y como pasé yo la desilusión de rozar tres títulos (no olvidemos que el Athletic acabó la liga en tercer puesto y sólo al final de la misma quedó descartado de la pelea por el título). No tengo el recuerdo de ser demasiado consciente de la importancia de lo que se estaba viviendo, pero si de que en la cuadrilla de mi aita se vivía cada partido de la Copa de la Uefa como algo excepcional, no demasiado fácil de vivir. Y que las victorias en las eliminatorias ante Milán o Barcelona se vivieron con gran intensidad, como este año las de Manchester United o Schalke 04, sólo que en aquella ocasión los partidos de vuelta se jugaron fuera de casa. Me acuerdo de la desilusión (y alguna que otra lágrima) cuando, a pesar del asedio interminable sobre la portería de Dino Zoff, el partido acabó con una amarga victoria que le daba el título a la Juventus.
También me acuerdo de mi primer viaje a Madrid a ver una final, la del Betis, con mi txapela rojiblanca de forofogoitia, y de cómo un hincha bético tocado con sombrero cordobés pronosticó por adentado “...ay chiquillo, pero que disgusto te vas a llevar…” (su imagen y su acento sevillano jamás se borrarán de mi mente). De cómo viví la euforia de saber que si Dani, que nunca antes había fallado un penalti, marcaba el suyo ganábamos la copa, y ver sin embargo como la misma se nos escapaba con el penalti que Esnaola le detuvo a Iríbar (con el que, por cierto tuve la oportunidad de sacarme una foto histórica en el Athletic Hiria en Madrid).
Todos estos recuerdos venían a mi mente cuando veía a June en el aeropuerto de Loiu a las seis de la mañana, esperando el vuelo a Bucarest (que por cierto fui de los pocos afortunados que a la ida voló puntual y a la vuelta tuvo apenas una hora de retraso). En la cara de June veía la misma ilusión por ver ganar al Athletic un título por primera vez que la que yo tenía en el 77 (también hubiera sido mi primer título, ya que sólo tengo vagos recuerdos televisivos de la copa del 73 contra el Castellón y de los preparativos de mi aita para su viaje a Madrid). Y de repente tuve un sentimiento que no sabría describir, tal vez duda, tal vez miedo: por favor, que June (y el resto de nosotros) no repitamos lo del 77; por favor, que no perdamos las dos finales. Fue el primer momento en el que fui realmente consciente de que ESO podía ocurrir. Hasta entonces no se me había pasado por la cabeza que semejante desastre era posible, pero luego, como cualquiera que haya vivido el deporte como practicante podrá confirmar, me di cuenta de que solo nuestro optimismo y el deseo de lograr de nuevo un título habían borrado esa posibilidad.
A pesar de ello, en la previa al partido de Bucarest, llevados por la euforia colectiva, ese pensamiento negativo desapareció; el ambiente fue increíble, el “Casco Viejo” estaba tomado y parecía que estábamos en casa, con el himno del Athletic por todos los bares, que, en un alarde de marketing, hacían sonar también música euskaldun a todo volumen. Todo hacía presagiar que la noche acabaría en celebración. Incluso el estadio, casi nuevo y con una capacidad muy similar a la que se pretende lograr para San Mames Berria (nombre que, por cierto, no me acaba de convencer, prefiero dejarlo en San Mamés a secas), hacía pensar en que era el mejor marco posible para un triunfo de nuestro Athletic. Sin embargo, la realidad fue muy diferente. Todos nos dimos cuenta enseguida de que no era lo esperado y que el primer título europeo se nos escapaba de las manos. La sensación de impotencia fue bestial y por eso hubo muchas lágrimas, y no sólo de los jugadores, al final del partido. Fue entonces cuando volví a reparar en June y en su llanto. Verla me encogió el corazón y me acordé de que en el 77 yo también viví la sensación de que aquello no era justo. Y también fue entonces cuando se me ocurrió decirle para animarla, que no importaba, que yo también le vi perder al Athletic una final europea, pero que pocos años después le vi ganar dos ligas y una copa; que no se preocupara, que ella también le acabará viendo ganar al Athletic un título.
No sé si en algún momento creyó en mis palabras, tampoco si mis dotes de adivino son muy fiables, ni si el Athletic ganará a corto plazo esa copa que todos ansiamos, pero creo que uno de los mayores logros de este equipo en esta temporada ha sido ese, el hacernos creer que todo es posible, pero especialmente el hacérselo creer a todas esas generaciones que, como June, jamás le han visto ganar ningún título al Athletic; que piensen que eso no es un cuento que los mayores se han inventado. Sólo espero que la derrota en las dos finales no los desmoralice, como no lo hizo conmigo en el 77. Algo que en el caso de June no parece que vaya a ocurrir, ya que después del viaje de vuelta, y de descansar un poco, cuando salió para encontrarse con sus amigos, se negó a que su ama le lavase la camiseta que había llevado a Bucarest, quería vestirla orgullosa delante de ellos a pesar de la derrota.
Ahora que ya tenemos la confirmación de que Bielsa continúa una temporada más con nosotros, y que ya ha pasado un tiempo prudencial desde la derrota en la final de copa en Madrid, parece que se enciende de nuevo y poco a poco la llama de la esperanza. Si el equipo es capaz de iniciar la temporada con buen pie (y así lo esperamos) el optimismo se volverá a disparar y nos creeremos de nuevo capaces de todo, al fin y al cabo, quién me iba a decir a mí en el 77 que 35 años después iba a repetir dos finales en la misma temporada. Sólo hace falta que ni June, ni yo (ni el resto de Athleticzales) tengamos que esperar otros 35 años para verlo.
¿Era una txapela auténtica de forofogoitia? Tengo que pedir a K-Toño que me explique el proceso más detalladamente para ponerlo en este txoko, Jon.
ResponderEliminarSabes además que tienes las puertas abiertas para cuando quieras escribir alguna otra entrada que no sea de balonmano ;-)
Pues si, era la típica txapela rojiblanca (dos cuartos rojos y otros dos blancos) con su escudo y todo. Creo que mi ama tiene alguna foto de la previa del viaje a Madrid. A ver si la encuentro.
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