Ismael Serrano, efecto terapéutico como el agua salada

 El pasado jueves, 18 de noviembre, acudí una vez más a un concierto de Ismael Serrano, en el bilbaino teatro Arriaga esta vez. Una vez más digo, porque ya son unas cuantas; incluso una vez en Madrid, tras unas cuantas carambolas y gracias a Víctor Alfaro en aquella ocasión. O, como escribí en un febrero de 2020 que tan lejano parece ya,  y con foto incluida, "ir contando conciertos de @serranoismael a los que vas, otra forma de ver que te haces mayor" (lejos queda aquél de 2009 en Basauri, ni me acuerdo cuándo fue en el mismo Arriaga en localidad "ciega", en mayo de 2018 en el Euskalduna pero también en 2007...) 

Me pareció esta vez un concierto distinto. No ya por el acompañamiento (he visto muy distintos a lo largo de estos años en las actuaciones en directo de Serrano) o por el toque "teatral", digamos, jugando con la voz en off para el desarrollo del concierto y la presentación de las canciones; eso ya lo había visto en otros conciertos del cantautor. Me refiero más al acompañamiento y al tono general de la actuación. Dejo al margen lo que me parecieron desajustes de sonido (no sé, estaba en paraíso, aunque no perdido) y las reiteradas afinaciones de la guitarra por parte de Ismael (que tampoco sé si es una especie de manía o realmente tenía problemas tan continuados).

Tono general, más sosegado si cabe; como si temiese que el público se viniese arriba, público que me pareció apenas acompañaba con esa sordina que imponen las mascarillas, con tímidos aplausos de acompañamiento salvo en el bis final. Lejos de interpretaciones más potentes (dónde queda aquel "La llamada" que escuché en un final de gira, por ejemplo). Es más: primera vez que no escucho aplausos (al margen de algún o alguna irrreductible aislada) cuando se cita a Guevara (Ernesto) en "Papá cuéntame otra vez". También creo que ese tono más teatral encorseta más al recital, lo hace más previsible, aunque soy consciente que en una gira cada concierto no es que sea tan distinto del resto.

En cuanto al acompañamiento, y pese que a quienes me acompañaron no les agradara, a mí me encanta el sonido y el juego que da el cello, a cargo en esta gira de Irene Rouco (perfil en Instagram; web de Stradivarias, espectáculo del que forma parte). Creo que algo leí a Pablo Milanés sobre esos acompañamientos de cello y piano, un formato que para el cubano es íntimo y reflexivo (entrevista en 7K) y que a mí me encanta como te digo. Lo que ya no comparto son los sonidos que me parecen "enlatados" o pregrabados.

En todo caso, las poco más de dos horas se me fueron sin darme cuenta. Tal vez, porque como repitieron unas cuantas veces, el agua salada tiene efectos terapéuticos (el mar, las lágrimas, el sudor) efecto que tal vez también tenga Ismael.

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